04 junio 2012

Otra verdad tuerta

Se le atribuye a Julio César (LOGSE: un romano bisexual que odiaba a los franceses) haber repudiado a su mujer Pompeya por no parecer honesta, aún siéndolo. Si Julio César viviera hoy en día sería un político norteamericano, para quien la apariencia es más importante que la experiencia, o sería un moderno daimyō japonés capaz de dejarse las tripas colgando por llegar tarde a una cita. No lo sabremos.
Lo que sí sabemos es que César sí dijo que los españoles vivimos bien bebiendo. Y también que, de vivir J.C. hoy en día, no sería español. Ni miajita.
Porque en el país de los 500.000 políticos, el tuerto brilla por su ausencia si no es para contarnos lo que queremos oír. Como que hay 500.000 políticos en España. Ya nos gustaría a nosotros que hubiera tantos a los que maldecir: no se tardaría en montar cadalsos en cada esquina. Pero no los hay. Aunque a veces lo parezca.
La verdad tuerta es que quisimos ver a medio millón de aprovechados viviendo a nuestra costa, un número tan inflado y grotesco que justificara la deuda, la crisis, la aparentemente imposible solución del problema de golpe y, desde luego, una bonita revolución. La otra verdad, la buena, arroja una cifra que sigue siendo escandalosa, pero no llama tanto la atención. No diré el número para no sonrojar. Pero tiene 6 cifras.

Otra torticería son las reformas y ajustes. Verán, damas y caballeros, el lenguaje es poderoso. Las palabras significan cosas. Expresan una representación mental a través de sonidos comprensibles, cuando puedes comprenderlos.

Una reforma es arreglar algo que ya existe, normalmente para mejorarlo. Las reformas políticas son otra cosa: es poner lo que interesa en la coyuntura del momento y que sea otro en el futuro el que se encargue de arreglarlo si es que le interesa. Probablemente, uno del mismo partido cuando se acerquen las elecciones. Ahora toca decir que el IVA que soportamos es uno de los más bajos de Europa y que eso no puede ser.
Y es que eso no puede ser porque no hay dinero. Porque durante años nuestros mandamases nos amorcillaron con paletadas de billetes en forma de aeropuertos provinciales, centros culturales en cada pueblo y todos los kilómetros de carretera o vía que pudieran soñar. Aquello nos salía ya caro, pero es que además por el camino había muchos controles para aligerar el bolsillo: que si ahora los costes de construcción se duplican, triplican o cuadruplican sin venir a cuento, que si es que la licencia no la van a dar si al alcalde no le pagan un viaje al Caribe o que si el Ministro quiere moverse en helicóptero y no hay quién le quite la ilusión al pobre, o que mi sobrino copió tres páginas de internet y eso podría valer como informe, a millón la hoja.
Un día unos ninjas reventaron la alegre diversión de vivir del crédito y todos esos castillos en el aire cayeron al mismo tiempo. Todos se pillaron las manos con el fondo vacío de la caja. Pero ninguno tendría los huevos de admitir que se pasó con los presupuestos. No, damas y caballeros, aquí la vergüenza torera se lleva hasta la tumba.
Pero tampoco los iba a tener para cargar con el peso del muerto que él mismo liquidó. ¿Para qué, habiendo otros que puedan llevarse la peor parte? Así que nada de bajarse sueldos estratosféricos y completamente alejados de la realidad, nada de suprimir pensiones vitalicias del 100% por haberse pasado a veces por el Congreso a votar lo que te dicen desde arriba que tenías que votar (¡hijos de la gran fruta, que ni siquiera ibais a trabajar!), nada de exigirse más a ellos mismos a unos estándares más acordes con lo que cabría esperarse de ellos. Ni hablar: aquí no dimite nadie y ni pensemos lo de quitarnos privilegios, con lo que cuesta mezclarse de nuevo con la chusma. Así que seguiremos teniendo 17 autonosuyas con sus 17 parlamentos y sus 17 de todo para gastar 17 veces más. Y 52 diputaciones provinciales, y 26 canales de televisión autonómicos, y miles y miles de empresas públicas donde colocar a los más inútiles y ocupar edificios públicos para que nadie pueda quedárselos, que eso de regalar palacios sólo está bien para gente como la SGAE. Pero luego es a usted al que le piden que pague. Y paga. Y calla. Porque su verdad tuerta le impide ver más allá de lo que el peso de la responsabilidad le permite: que le están tomando el pelo.

Un ajuste es calibrar algo medible hasta hacerlo funcionar como debe. Calibrar implica movimientos precisos. Precisión es algo de lo que adolece cualquier político español. Otra verdad tuerta, queridos: nadie se dedica a la política pudiendo dedicarse a cosas mejores. ¿Idealismo? De talonario. ¿Ideología? De alquiler. ¿Democracia? Cerrada y atrancada con triple cerrojo. Así cualquiera se afilia al partido que tenga más cerca de casa, que sólo los que han echado de todas partes acaban allí. ¿Los mejores? No me hagan llorar, se lo suplico, que esta página se llama El Sinarquista y el sinarquismo no es sino el gobierno de los mejores. En los últimos diez años, ¿conocen a algún ministro que fuera considerado el mejor en lo suyo? En los últimos veinte, ¿conocen a algún presidente famoso por sus capacidades contrastadas de saber gobernar un país entero? ¿Que hablara inglés al menos? En los últimos doscientos años, ¿hemos dejado de tener caciques?
Ellos nos hablan con pavor y terror y rechino de dientes de la intervención de una troika formada por cuadriculados alemanes. Nos advierten de lo difíciles que se nos pondrían las cosas si ellos llegaran a hacerse con el control del gobierno.
Si el fin último de todo gobierno es la eficaz administración a fin de obtener el mayor provecho económico y rentabilidad social, ¿por qué no dejar que sean los alemanes quienes lo hagan? Han demostrado que saben hacerlo.
Porque la verdad es tuerta: sólo vemos aquello que queremos ver. La gran mayoría de los cargos públicos no tienen nada mejor que hacer que sentarse en sus poltronas y ver pasar el tiempo a través de la ventana. Si llegan los alemanes con las escobas, se acabó el chollo y a pedir al metro o al amigo que le debe favores.
Y entonces tirarán de agenda y cobrarán favores, y las noticias bullirán sobre lo terrible que resulta disolver autonomías infladas a golpe de aldeanismo, del golpe definitivo a la convivencia milenaria por un invento de hace 30 años. Porque, ¿recuerdan los libros de historia? Ya nos soportábamos hace cien años sin autonomías. Y hace doscientos. Y hace mil años, cuando los visigodos. Y hace dos mil, cuando Julio César.
Pero somos tuertos, damas y caballeros. No queremos ver nada que no encaje con nuestras ideas preconcebidas y tenemos preconcebido que no tener autonomías es ser un dictador enano y con bigote que habla con acento de Ferrol. Y tenemos preconcebido que los manchegos dejarán de ser manchegos y los catalanes dejarán de ser catalanes porque sin autonomías no somos nada. Que, en todo caso, nuestras ideas preconcebidas prefieren que nos liemos todos a tiros o acabemos siendo 17 países jugando una liga internacional de fútbol. Y olvidémonos de ganar otro Mundial.

Si total, siempre gana Alemania.

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