29 septiembre 2008

El Precio

Toda persona consciente de sí misma, es decir, aquellos que llegaron a la conclusión -antes o después, según los modelos- de que existen, puesto que piensan, tiene un objetivo en la vida.
Un objetivo que puede ser de cara a la realización personal, enfocado en el exterior o meramente interior. Los hay de todos, toditos los colores.
A lo largo de tu experiencia personal vas conociendo gente y probándote con diversos arquetipos de comportamiento, ideas, pensamientos y deseos. Algunas veces coincides; la mayoría, en cambio, tienen perspectivas que no encajan contigo y no terminas de saber muy bien por qué. Pero alcanzas la meta, que no es otra que comprender que cada uno posee unas perspectivas y un fin para el que destinan todos sus esfuerzos. Un fin que, por supuesto, tiene un precio.

Quizá eres de los que se despiertan por la mañana soñando con alcanzar la cima profesional. No importa en qué profesión, aunque suelen concentrarse en aquellos trabajos que procuran más dinero y poder. Ya que te pones, y puesto que tienes un objetivo muy alto, qué menos que pelear en el mejor y más vistoso escenario posible. ¿El precio? Tus amistades son en realidad contactos -así lo crees en secreto- rigurosamente seleccionados por todo lo que pueden aportar en tu camino al éxito. Cualquier aspecto que tenga que ver con el enriquecimiento no monetario es descartado por inútil y superfluo. Sí, puedes leer a Kérouac o a Baudelarie, incluso desarrollar una inusitada filantropía por el modernismo. Pero no supone nada más que un trampolín más para alcanzar las cuotas de éxito más difíciles, es decir, las de arriba del todo.

Los envidiosos que se quedaron en el camino llaman a esta gente trepas o arribistas. Lo que me lleva a otra meta del abanico vitalista: aquélla que supone vivir de lo que hacen otros. Enterarte de cada pormenor que suceda en vidas ajenas que logre convertirte en el principal conversador. Todos te buscarán para enterarse de cualquier cosa que pocos conozcan, pero -y este es el precio a pagar- al mismo tiempo muchos huirán de ti temerosos de convertirse en protagonistas involuntarios de tus chismes. Poco importa, de todos modos: tu red es tan sofisticada e intrincada que nadie escapa realmente a tus oídos. Lo que más te pone es la sensación de poder que te da saber detalles escabrosos y escandalosos de gente aparentemente anodina. Tener en tus manos la posibilidad de acabar con su reputación o alzarlo a la fama a tu conveniencia.

Ah, la fama... un filón inagotable para tantos y tantos. Precisamente tal condición responde al leit motiv de aquellos que viven por y para ser el centro de conversaciones, para bien o para mal. Que se trate de críticas o alabanzas es el menor de los problemas: después de todo, están hablando de ti y ese es el fin máximo. Por supuesto, alimentas la rueda y la exprimes al máximo todo lo que puedas sabedor que la condición de starlette es del todo efímera. Algunos, los pocos, pueden soportarlo. El resto se las verán y se las desearán para mantener el status como buenamente puedan, incluso a costa de denigrarse a sí mismas, porque el objetivo no es tanto que te reconozcan por algo que hayas hecho como el hecho del reconocimiento en sí. Por eso vemos tantos y tantas volcados en aparecer donde sea -y como sea- mostrando sonrisa o llanto a cuenta de cualquier avatar cotidiano. Los maestros aparecen en las revistas y la televisión, pero no son los únicos, por supuesto. ¿Qué precio paga este tipo de personas? Carecer de escrúpulos ni pudor. Ríen, lloran, odian y aman como todos... pero sin vivirlo realmente.

Del amor se puede hablar de miles de maneras. De lo que provoca, de cómo afecta, de por qué ocurre con quien menos te lo esperas, cómo nace, crece, se desarrolla y finalmente muere. Porque muere. Esto es algo que no siempre sabemos aceptar. Y existen personas con una capacidad de amar inagotable, dispuestos a entregarse con todo lo que tienen -y hasta con lo que no- con tal de demostrarlo. Para ellos ni la salud, ni el dinero, ni el éxito cuentan tanto como encontrar a la persona con la que pensar en pasar el resto de la vida. Ante estos seres pasan unos y otros a gran velocidad, a veces sin tiempo para comprobar si efectivamente fue una mala elección. Ese es el precio que pagan: enfocar su vida en algo que no puede ser medido ni pesado en una balanza. No existe el título "Amador Comprometido" entre los miles que se otorgan a personajes de relieve. Pasarás sin pena ni gloria por este mundo sin haber descubierto que, lo que realmente alimenta y da sentido a la dichosa palabra, es querer porque lo mereces sin esperar nada a cambio.

Hay más, creo. Tantos pareceres y perspectivas como personas existen en el mundo. Pero, en realidad, apenas unos pocos superan la criba de lo relevante y se convierten en verdaderos centros de obsesiones, desvelos y preocupaciones como los que he descrito hoy aquí.
Dicen que toda persona tiene un precio. Lo creo. Algunos no lo descubren en mucho tiempo, pero finalmente todos terminamos por darnos cuenta de dónde están las prioridades por las que seríamos capaces de renunciar -o vender- cuanto una vez amamos o estimamos.
Pero eso es algo que sólo tú sabes.

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