02 marzo 2008

Surf = Vida

Pensando, pensando un domingo por la tarde tras un fin de semana raro, mi mente escapa hacia recuerdos del pasado en busca de un atisbo de sensaciones diferentes. No tardo mucho en encontrar el que me devuelve paz y el brillo alegre: surfear.
Comprendo que un día como hoy miro atrás y veo momentos en los que fui feliz, otros en los que no lo fui, y momentos, muchos momentos en los que me tocó luchar. Otros muchos en los que decidí quedarme a esperar...
No sé si sabéis la sensación que provoca el surf. Hace ya muchos años que no lo practico, pero es tan intenso, tan gratificante, que cuando no estoy cansado y necesito dormir sólo tengo que recordar esas viejas sensaciones para relajarme.

Te preparas observando el panorama. Desde la distancia y la seguridad de la playa te fijas en lo que te espera. Te pones el traje de neopreno y caminas con la tabla bajo el brazo hasta la orilla, donde esperas a que el mar se conceda a sí mismo un respiro para poder entrar. Quieres llegar a la zona de las buenas olas, y éstas están lejos. Tienes que remar como si no hubiera nada más en el mundo. Sabes que costará, pero también que el esfuerzo valdrá la pena.
Tienes que luchar por llegar hasta esa zona, sumergiéndote cuando llegan olas en contra... o sorteándolas como puedas si no llegas a tiempo.
A veces, si la corriente es muy fuerte, no puedes evitar retroceder unos cuantos metros. Pero sigues con tu objetivo fijo en la vista y determinado a alcanzarla, por lo que te armas de paciencia y vuelves a remar para recuperar el terreno perdido. No importa cuánto cueste. Sólo sabes que quieres llegar y estás dispuesto a no rendirte hasta conseguirlo.
Buceas una y otra vez, con la resaca jugando en ocasiones a tu favor y otras, las más, en contra.

Cuando por fin llegas, todo es completamente diferente. Hay paz. Es el mismo mar, el mismo color y olor, la misma fuerza y bravura, apenas son unos metros de distancia entre el cielo y el infierno. Pero... qué diferencia. Puedes sentarte sobre la tabla y simplemente quedarte ahí, esperando, disfrutando del sol, del viento y la vista. El tiempo que haga falta.

De repente llega la racha. Son tres olas consecutivas, cada una más grande que la anterior. A veces te ves prudente, o simplemente estás impaciente, y coges la primera. Pero si conoces el mar y no te impresiona su aspecto amenazador, si estás dispuesto a arriesgarte, coges la última.
De inicio parece que te precipitas sobre un abismo. Son tres o cuatro metros de altura que parecen muchos más. Si consigues superar el vértigo y la pendiente, si logras mantenerte en equilibrio sobre la tabla y llegas al pie de la ola, una descarga de adrenalina te recorre el cuerpo haciéndote sentir vivo como nunca.
Pero lo mejor aún está por llegar. El bottom turn, es decir, girar cuando estás abajo para recorrer la parte de la ola que aún no ha roto. Apenas son unos metros que recorres a una velocidad engañosa: transcurren unos segundos eternos durante los cuales puedes recrearte en los detalles. La mano que acaricia la ola y crea una pequeña estela que te persigue. El viento soplándote en la cara. El corazón latiéndote a mil por hora. El rugido marino persiguiéndote y tú escapando de él.
Puedes acabar de muchos modos. Salir de la ola como llegaste, escapando por la cresta. Dejar que te devuelva a la orilla y volver a empezar de nuevo. Incluso tirarte al agua. Ya no importa, has tenido lo que querías.

A veces puedes caerte, y esa es sin duda la peor parte. El golpe puede ser duro y la tabla mantenerte en el fondo. De la impresión te has quedado sin aire y sabes que no aguantarás mucho tiempo sumergido. Cuesta un mundo salir a la superficie y ni siquiera eso garantiza nada, las olas que vienen detrás te golpean y revuelcan. Es un mal rato.
Pero no te arredra. Cuando puedes subirte de nuevo a la tabla, vuelves a empezar.

El surf tiene su aprendizaje, con cada paso adelante que das se avecinan muchos golpes y caídas. Algunos serán tan fuertes y desafortunados que dejarán cicatrices en tu cuerpo, como la que tengo en la espinilla derecha desde los doce años. Pero constituye un reto ponerte a la altura de los tipos que te rodean y hacen filigranas que desearías imitar. Quieres retarte a ti mismo, comprobar cuáles son tus límites si es que los tienes, desafiar las leyes de la naturaleza y cabalgar y dominar monstruos cada vez mayores. Serán mayoría las veces que caigas y sufras, pero los escasos éxitos compensan todo lo demás. A fin de cuentas, es lo que recordarás el resto de tu vida.

Así es el surf. Y así, ciertamente, también es la vida.

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