28 febrero 2008

Tristeza

Escribo mi entrada número 100. Han tenido cabida temas tan dispares como la política, el arte, el sexo, o los juegos. Me he permitido risas a cuenta de casi todo (sí, incluso de mí mismo) y me he puesto serio cuando no se me pasaba por la cabeza carcajearme.

Hoy, en cambio, estoy triste.

Prácticamente todo el mundo conoce esta sensación de apagamiento, que aúna hastío y pesar y conduce a la mente a un semiestado catatónico en el que los únicos pensamientos que se crean tienen un característico color gris negruzco. No soy una excepción.

A fin de cuentas, no soy tan fuerte. Tampoco pretendo serlo, pero cuando te rindes a la evidencia y descubres ciertas cosas que hasta ahora mantenías fuera de tu parte consciente, ya no puedes seguir soportando un escenario irreal sobre tus hombros.

No es una tristeza depresiva. No tengo ganas de llorar ni de tirarme encima de cualquier hombro a lamentar mis penas.
No se trata de que me encuentre amargado. No creo estarlo.

Sin embargo, tengo la impresión de haberme alejado de todo el mundo para refugiarme en mí, para solucionar mis problemas a solas y sin ayuda de nadie, tal y como siempre me ha gustado hacerlo, equivocadamente o no. Ahora que son otra clase de problemas los que se cruzan en mi vida, más llevaderos, echo de menos esa sensación de calor que no me faltaba antes y que en estos momentos añoro más que nunca.
Uno de las mejores características de la amistad se basa en que, cuando te preocupas por alguien, no sólo quieres saber si está bien o mal... sino también el por qué. Cuando son buenas noticias esas razones no importan tanto, a fin de cuentas... ¡estás bien! Basta con un par de pinceladas sueltas, entrar en materia a fondo implica que la historia merece la pena ser contada. Si no tiene nada trascendente, se pasa de largo.

Pero cuando estás mal... ¿cómo explicar el por qué? Y... ¿por qué hay un por qué? Te vuelves gilipollas intentando averiguar qué demonios es lo que está fallando. Si ya lo sabes o tienes una idea de por dónde van los tiros, te dejas llevar por la melancolía y ya llegarán momentos en los que pasar a otro estado de ánimo más acogedor para el resto del mundo.

No soy de hablar por los codos, pero hoy no soy capaz de abrir la boca más que lo estrictamente necesario. Suelo pararme a observar cada detalle que me rodea. Hoy miro al suelo. A estas horas suele entrarme el dulce sopor de la hora de la siesta. Llevo todo el día agotado.

¿Por qué?

Quizá porque he comprendido que estoy desencantado con la idea de pareja. Que me he desenamorado del concepto mismo del amor, una relación de muchos años que acaba de romperse quién sabe si para siempre. Porque rechazo la sola idea de pensar en estar con alguien sabiendo que mis ancestros (padres y abuelos) acabaron francamente mal y mis propios antecedentes se cuentan por fracasos. Porque si conozco a alguien que puede gustarme más de lo que me permito me entra un miedo atroz y todo se estropea.

Sé que eso me convertiría en el perfecto canalla, aquél que sabe que puede jugar y arriesgar todo lo que tiene porque no es gran cosa. Que podría visualizar el resto de mi existencia como un contínuo ir y venir de personas y experiencias sin que tema sentirme solo. Que sería pues libre para darme rienda suelta sin rendirle cuentas a nadie. Pero eso no me anima. No me seduce. No me importa demasiado.

Quizá tenga que ver con el hecho de que estoy más pelado que una rata. Que tengo 20 euros en el banco y, pese a que hoy cobro, según me llegue a mí se irá al taller donde mi juguete yace malherido. Así las cosas, mis expectativas de hacer un nuevo road-trip en Semana Santa se disipan frente a mí. Necesito unas vacaciones pero las circunstancias llevan poniéndome pegas casi un año. Demasiado tiempo. Eso tampoco ayuda, ¿verdad?

Sin embargo, sólo son "quizás". No son lo bastante consistentes como para sentirme convencido de lo que digo.
Y no lo estoy porque sólo hay una cosa cierta en todo este desbarre:
Os echo de menos, cabrones.

1 comentario:

  1. Anónimo1:23 a. m.

    (gbg)

    Ya había leído esta entrada, sin embargo releerla ahora me hace escucharte con un acento distinto, un timbre nuevo en tu voz, que despierta en mí otras sensaciones.

    Tal vez pq entre aquella y esta lectura han pasado, no demasiado tiempo, pero muchas palabras ...
    ( nunca demasiadas, sí bastantes)


    Consciente de que hay muchas más cosas en la mochila que compartimos,puedo sentir entre estás líneas un grito mudo de ensordecedor reclamo, que agoniza en cada nueva tecla que golpeas, y muere en el "enter" que hace público este breve rincón de tu dolor.A penas una introducción, que muestras con la licencia que te permite el título que elegiste.Sólo la antesala de lo que verdaderamente late en ti.

    Quisiera decirte tantas cosas,pero creo que deberías tener la oportunidad y el derecho de oirlas en privado.

    Todo cuanto había escrito se borró, se esfumó..No sé excatamente porqué.A veces el destino es caprichoso, y tal vez no era el momento, de compartirlo.

    Escribes muy bien , y eso te ayuda a expiar tus estados.Pero aún te quedan muchas páginas..

    Estaré aquí para leerlas, espero.


    un abrazo tan intenso y efímero como el deseo!

    ResponderEliminar